25/2/10

POLÍTICA - EEUU - EL FENÓMENO DEL TEA PARTY

Tea Party,
El fenómeno de la nueva derecha en EEUU

Un magma de ira y desencanto político, que incluye reproches económicos y una mezcla variopinta de reivindicaciones conservadoras, le dio inusitada fuerza a este movimiento que encontró en Sarah Palin a su musa inspiradora y tiene en vilo tanto a demócratas como a republicanos

WASHINGTON.- La política norteamericana tiene un nuevo dicho popular: "Cuando la tetera hierve, tiembla Washington".

La idea alude al nuevo y desconcertante fenómeno del Tea Party, el movimiento que tiene en jaque a la Casa Blanca e ilusionado al Partido Republicano, que sueña con la difícil tarea de "domesticar" ese magma de descontento que alberga un pozo electoral tan atractivo como esquivo: millones de dólares dispuestos a financiar una campaña. Y millones de votos sin dueño. Néctar para quien sueña con el poder.

Pero las cosas no son tan sencillas. Ese tesoro sin dueño se manifestó, hasta ahora, como un catalizador de descontento contra la política de Barack Obama, pero lo cierto es que, si bien en menor medida, también desconfía de la estructura republicana. Es, en rigor, un conglomerado de decepcionados de la política, unidos por el desencanto. Llenos de rabia y mañeros como el gato cuando olfatea que alguien le quiere poner el cascabel.
El Tea Party ha adoptado como "musa" a la republicana Sarah Palin. Pero, astuta, la mujer de Alaska aceptó el cortejo sin mencionar -al menos, hasta ahora- nada de matrimonio. Ella es la mejor atracción del Tea Party, su más encendida oradora y quien aparece en primera fila para formalizar un compromiso que, sin embargo, aún no está tan seguro.
"Este movimiento es fresco, joven y frágil. Pero es sin duda el futuro de la política norteamericana. Porque es una llamada de atención a los grandes partidos para que cambien su manera de hacer las cosas", galanteó, al hablar como estrella invitada en la reciente convención que el nuevo movimiento realizó en Nashville, Tennessee. "Ustedes han conseguido que las maquinarias de los dos partidos se asusten", añadió Palin.
En eso, la dama de Alaska coincide con el principal asesor de Obama, quien empieza a temer tanto a la ira popular como a la explotación que hacen de ella los republicanos. "Entiendo la frustración de quienes piensan que en Washington vivimos obsesionados por la política y creen que no nos preocupamos por las cosas de la gente. Es responsabilidad de los dos partidos entender ese malestar", previno David Axelrod al abordar el estallido.
La Casa Blanca pasó por distintas etapas. Primero, ignoró el fenómeno. Luego, lo minimizó. Y ahora, opta por confrontar con él pero tratando de restarle entidad. Obama, por ejemplo, habla de ellos, pero sin nombrarlos. Y, recientemente, admitió el potencial de esa ira que rumia y rumia cuando, en un inusual diálogo con republicanos, les pidió que no cayeran en la trampa de su seducción. En rigor, los llamó a comprender que, en ese escenario iracundo, era necesaria una cuota mayor de generosidad política y de responsabilidad. "Si ustedes, como republicanos, votaron algo junto con este gobierno o piensan que deben votarlo..., se convierten en vulnerables" ante ese enojo, les dijo. "Están perdiendo la chance de trabajar juntos por algo bueno si compran el discurso del enojo que afirma que este tipo (por Obama) lo hace todo mal", señaló el Presidente.
No lo dijo Obama.
Pero la memoria reciente descubre cierto oportunismo e hipocresía entre líderes republicanos que, calentados por el Tea Party, hacen propio el discurso ultra contra el gasto público, la carga impositiva y el desempleo, como si toda esa gran bola de nieve la hubiese generado esta administración en solitario. Y nada haya tenido que ver quien estuvo en la Casa Blanca hasta hace muy poco tiempo.
En pleno año electoral, esa distorsión entre responsabilidades propias y culpas ajenas se agudiza. A ojos del Tea Party, Obama carga con toda la culpa. Y lo cierto es que su prevención contra la trampa de semejante enojo exacerbado ya parece cobrarse víctimas no sólo en su partido sino también en el republicano.
Por caso, eso le ocurre al gobernador de Florida, Charlie Crist, un republicano moderado que el año pasado gozaba de un 70% de popularidad. Pero avaló varias propuestas de Obama -entre ellas, el Plan de Estímulo por 787.000 millones de dólares- y eso alcanzó para que, entre cánticos del Tea Party, su nombre cayera en desgracia.
Hoy, el hasta hace poco popular Crist es estigmatizado como un RINO ( Republican in the name only , "republicano sólo de nombre"). Y, lo más significativo es que ha sido ampliamente superado en las encuestas por el ascendente republicano Marco Rubio, el hombre que acaba de ser tapa de la revista del New York Times bajo el sello de ser "el senador por el Tea Party". Un caso demostrativo de lo que puede la ira en estos tiempos.
Hasta John McCain, el indiscutible virrey de Arizona, está seriamente amenazado por John David Hayworth, alias "JD", un ex diputado republicano reconvertido en mediático radial que enamora al Tea Party con sus diatribas "anti todo", salvo contra los teabaggers . Y que, en la definición de los intelectuales progresistas -que lo detestan- "cada día ataca, y no siempre por este orden, la inmigración ilegal, la pérdida de patriotismo en el país y todo lo que hace Obama".
Pero, ¿qué cosa es este Tea Party?
El nombre le viene de la historia, prestado de la revolución americana. En 1773 tuvo lugar en Boston el denominado Motín del té ( Boston Tea Party , en inglés), en el que los colonos, en protesta contra la metrópoli británica y sus sangrantes impuestos, lanzaron al mar un cargamento de té, que Londres gravaba. Samuel Adams, uno de los padres de la independencia de los EE.UU, estuvo entre los inspiradores del motín.
Hoy, la revolución es otra, pero Samuel Adams sigue siendo fuente de inspiración para estos militantes del Tea Party a los que mucho les gusta hablar de "patriotismo" y disfrazarse de personajes históricos. En los comienzos del siglo XXI, su pretendida "revolución" germina en un movimiento de base en el que predominan los hombres blancos de clase media en estado de pánico y golpeados por la crisis económica y la llegada de un negro a la Casa Blanca... al que lo mismo da si tildan de marxista, nazi o de "racista contra los blancos".
El germen de la ira
Lo que hay por detrás es descontento. Una ira que comenzó a cuajar casi al mismo tiempo en que Obama asumió la presidencia. Pero que tuvo su punto de partida con un gesto inocente. En febrero de 2009, un periodista de la cadena NBC, Rick Santelli, montó en cólera contra la política económica de Obama. Particularmente en contra del rescate económico de los bancos y la sospecha de que todo ello causaría -como finalmente ocurrió- una vergonzosa sangría de dólares de los contribuyentes hacia el bolsillo de los mismos ejecutivos que protagonizaron la peor crisis financiera en ocho décadas. Y soltó el hombre una diatriba digna del caso.

El mensaje cuajó gracias al apoyo de periodistas y blogueros. Entre ellos, el comentarista preferido de Fox News, Glenn Beck -un personaje supermediático que despierta amores y odios encendidos- y los internautas Erick Erickson ( RedState.com ) y Keli Carender ( LibertyBell.com ). El ex parlamentario republicano Dick Armey sacó las huestes de su FreedomWorks en los mitines contra la reforma del sistema de salud. Y, antes de que nadie se diera cuenta, el grito se hizo imparable.

El enojo salió a la calle.

"Creo que tendremos Tea Party para rato. Por lo menos, unos diez años más", pronostica David Brooks, licenciado en historia y reconocido analista político, autor de Bobos In Paradise: The New Upper Class and How They Got There . ("Bobos en el paraíso. La nueva clase alta y cómo llegó allí"). A diferencia del espanto que carcome a los intelectuales de izquierda, él cree que no hay nada que temer. Entiende que los grupos de este tipo, en rigor, están enraizados en la tradición del país y que su presencia servirá para dinamizar la vida política.
Algo similar piensa Peggy Noonan, una intelectual de derecha moderada que colaboró con el ex presidente Ronald Reagan y que hoy es comentarista en The Wall Street Journal . Esta semana, desde esas mismas páginas, el ex asesor del ex presidente George Bush, Karl Rove, ponderaba la fuerza del movimiento y afirmaba que no debía fundirse con los republicanos.
"Su fuerza está en que se mantenga, por igual, independiente de ellos y de los demócratas" en el juego político, dijo Rove.

Un poco más alarmado parece sonar David Greenberg, profesor de Rutgers University, quien previene sobre los efectos de una retórica iracunda "con capacidad superior a todo intento anterior de movimientos antisistema" que se haya visto en el escenario norteamericano. "Es una catarata de ira incontenible", descalificó Greenberg, al poner en duda el valor actual del movimiento para llegar a hacer realidad una alternativa política.
En rigor, es posible que nadie lo sepa a ciencia cierta.

Hoy, el Tea Party conforma una constelación de agrupaciones de base que, según sus propios números, reúne a 15 millones de personas. Aun con lo relativo de la cifra, de confirmarse, revelaría un crecimiento tal como para lograr que, en cuestión de meses, al menos uno de cada veinte habitantes de este país milite activamente en alguno de esos grupos.
Sin un programa definido, más allá de varios eslóganes populistas de sesgo conservador, el movimiento ensaya pasos para ordenarse y convertirse en una estructura política.
Sus simpatizantes tienen pocas cosas en común, pero movilizadoras. Entre ellas, su aversión hacia los impuestos, su desdén por el Gobierno y un sentimiento patriótico bañado de populismo. Es gente blanca de clase media afectada por la crisis económica, escandalizada con los gastos de Washington, la expansión del gobierno y el miedo a la inseguridad.
Ese es el credo básico. Luego, la cosa se hace más confusa. Algunos reivindican el derecho a llevar armas y predican la ruptura con el sistema, incluido el Partido Republicano. Otros grupos -dentro del mismo paraguas de ofuscación, pero con fuerte militancia religiosa- cuestionan el respaldo demócrata al aborto y la eutanasia.
Aun dentro de su anarquía, los teteros han tenido la eficacia de un uppercut bien colocado. Dieron la primera campanada electoral en noviembre -cuando se movilizaron para las derrotas demócratas en Virginia y en Nueva Jersey- y cantaron las hurras el 19 de enero último, en que dieron al republicano Scott Brown el empujón en la victoria electoral que le valió el emblemático escaño que había sido de Ted Kennedy en Massachusetts.
"La falta de un líder ha sido una de las claves del éxito de este movimiento popular", asegura John O´Hara, autor de A New American Party ("Un nuevo partido político norteamericano"). Hemos querido evitar el culto a la personalidad que llevó a la elección de Obama", añadió.
Y, en esa planicie caótica, el " Take back America!" ("¡Devuélvannos a los Estados Unidos!") es el credo básico con el que todos parecen estar de acuerdo, aunque cada cual lo interprete, luego, a su manera. "¡Recuperemos las escuelas, las iglesias y el Gobierno!", dijo David DeGerolamo, fundador de North Carolina Freedom, un grupo de fuerte militancia religiosa. "Un patriota es aquel que está dispuesto a hacer todo lo que está en sus manos por recuperar su país, y más en un momento como éste, en que nuestras libertades están amenazadas", agregó.

Futuro incierto

Nadie sabe qué pasará con este movimiento que, al día de hoy, desconcierta. A tal punto que, días atrás, el diario The New York Times le dedicó su principal titular de tapa y, luego, un desarrollo de dos páginas completas, algo realmente inusual en el tratamiento periodístico cotidiano. En ellas, sin embargo, catedrático alguno arriesgaba vaticinio sobre la evolución futura del Tea Party.
Sí parece evidente, sin embargo, que este enojo popular jugará un papel medular en noviembre, en las primeras elecciones de medio término para Obama. Y que, más allá de su anclaje, el Tea Party ha significado, ya, una alteración en el horizonte político. Por caso, hace apenas un año, el Partido Republicano se encontraba en depresión, con la perspectiva de una larga travesía por el desierto. Y Obama parecía el Goliat de la política, con popularidad récord, mientras los demócratas controlaban las dos cámaras legislativas.
La inyección del Tea Party, con el voluble humor popular de por medio, cambió las cosas. E hizo de Obama un líder terrenal y, de los republicanos, gente esperanzada gracias a una resurrección por la que mucho deben a estos teteros, que bien demostraron su potencial en Massachusetts, cuando reforzaron la campaña de Brown con voluntarios y dinero.
"Lo ocurrido en las últimas elecciones regionales muestra claramente que la ira que alimenta el Tea Party ha pasado de ser un fenómeno menor a instalarse en el centro del debate político, obligando a los dos partidos a confrontar con el fenómeno" señaló Brook.
El desafío político existe. Y, si bien los republicanos parecen nutrirse mejor de la ira del té, no está claro cuándo el recurso se les puede venir en contra, como un boomerang . Es que, dada su condición de movimiento incontrolado, el Tea Party genera tanto recelo como esperanza en el establishment republicano. Adalides de la pureza ideológica conservadora, los teabaggers no sólo son muy críticos con la administración de Obama, sino también con ellos, a los que acusan de haber traicionado los valores tradicionales conservadores.
Otros, directamente, les temen. "No me gustaría encontrarme sola en una de sus reuniones. Me sentiría amenazada", dice Rachel Dolezal, una defensora del multiculturalismo que trabaja en el Instituto de Educación de Derechos Humanos en la turística ciudad de Coeur D´Alene, en Idaho. "Sólo me sentiría segura con ellos si voy con más gente que me acompañe", añadió.
El mismo tipo de inquietud empieza a proliferar en asociaciones que trabajan con las minorías negra e hispana, preocupadas, sobre todo, por brotes racistas.

Nadie sabe. La tetera, esa incierta figura que irrumpió en la política norteamericana, macera, en tanto, su iracunda infusión.

Autor: Sivia Pisani . Fuente: LA NACION

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